La prostitución ha sido un oficio que ha estado marcado siempre por la polémica. En la mayoría de culturas, las mujeres que se han dedicado a vender su cuerpo por dinero han sido señaladas y estigmatizadas por ello. Esto tiene que ver, sin lugar a dudas, por la visión todavía pecaminosa que el sexo y el placer tienen en nuestra sociedad. La moral religiosa impuso este tipo de prejuicios en la población hace siglos y todavía están demasiado marcados en nuestra mente como para poder olvidarnos de ellos tan fácilmente. Por eso es justo dejarse la piel, literalmente, en trabajos pesados que nos matan poco a poco, pero no puedes vender tus servicios como amante profesional. Más allá de la legalidad o no del asunto, las prostitutas siguen siendo señaladas como mujeres pecaminosas, sucias y sin dignidad. Muchas están obligadas a realizar estos servicios, pero otras lo escogen por su propia cuenta. ¿Por qué lo hacen, dada la carga social que deben soportar?
En ocasiones, porque no les queda más remedio. Se ven en la necesidad de sobrevivir y encontrar un trabajo que les permita salir adelante. La sociedad tiene mucho que ver en esta decisión, porque al fin y al campo empuja a las mujeres a este destino, ante la imposibilidad de encontrar un empleo bien remunerado. La prostitución se expande incluso en aquellos países donde está prohibida y es perseguida. Hacerla desaparecer es una utopía, aunque muchos países lo están intentando. Luchan contra la lacra de la trata de personas, lo cual es digno de aplauso, pero meten en el mismo saco a las esclavas sexuales y a las mujeres que son prostitutas por elección propia. Y las hay, sin duda, como se puede comprobar en tantas y tantas asociaciones de mujeres que tratan de ayudarlas. Porque las escorts apenas tienen derechos sociales como trabajadoras sexuales, salvo en aquellos países donde su trabajo sí que es legal. En naciones como Austria, Países Bajos y Alemania, el gobierno “cuida” de las escorts y les ofrece todo tipo de ventajas para ser trabajadoras normales y corrientes, con ayudas y subsidios. A cambio, ellas deben sacar una licencia, trabajar por su cuenta y pasar ciertos test de salud cada poco tiempo.
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